Amé el olor a jazmín
porque así olía el estío
en nuestro jardín.
Me hice valiente
porque me subiste a galopar
en el viento
explorando la noche.
No tuve miedo
porque tu amor era infinito
y me aguardabas en la luz
con los brazos abiertos
y una sonrisa con alas
que resplandecía
en tu mirada azul
como el cielo.
Me enseñaste
a mirar las estrellas,
las constelaciones,
las galaxias...
todo el universo
y a pedir deseos
la noche de San Lorenzo
siguiendo con el dedo
las estrellas fugaces.
Amé contigo el mar
y los castillos de arena
y las caracolas
donde aún perdura
el sonido apagado
de los inmensos océanos.
¡Cuántas cosas me diste, padre!
Me diste la poesía
y las bellas palabras
que brotaron del silencio;
Guardé todo lo que me diste
con tus viejos naipes
en las aguas irisadas
del tiempo
batiéndose sin espadas
por mantener tu recuerdo.
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