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No sólo el cielo,
también las
aceras,
los muros, hasta
la lejanía,
todo es azul.
Me detengo todas
las tardes
de espaldas al paisaje.
La luz me cubre
junto a ese abismo
abierto
que me
separa del pueblo
que parece
dormido
por un hechizo.
Una alambrada con
espinos
me recuerda
que a este lado
viven
los siervos.
Las flores y los
arbustos
que se ven
reverdecer
no son reales.
Quizá quieran
hacernos creer
que son más
felices que nosotros;
me cuesta creerlo,
nunca veo
jugar
a los niños por
sus calles,
ni besarse a los
amantes.
Hasta las
estrellas
que fosforecen son
de plástico.
No sé si estoy frente a un espejo
y soy ese muñeco
que me mira
e intenta con
timidez tocarme.
No sé si puedes reconocerme
si eres de
carne
o un maniquí
sin latidos,
incapaz de
emocionarte.
No sólo el cielo,
hasta la
lejanía,
todo es azul.
Me detengo todas
las tardes
de espaldas al paisaje.
© IREL FAUSTINA
BERMEJO
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